Soñábamos con lo incierto y nos contábamos las heridas de lo difícil que era amar. Nos encantaba sentirnos en el frío invierno, y sin decir ni una sola palabra nos decíamos todo. Eramos un libro abierto sin leer, una hoja en blanco sin poemas y un amanecer sin sol. Fuimos tanto que no fuimos nada y un susurro bastó para dibujar la sombra final.
Una lagrima de despedida en cada rostro y la promesa de no volver a cometer el mismo error. El error de no volver a vivir de nostalgias y de aquello que pudo ser y no fué. Saltar no era una opción y lo hicimos sin llevar paracaídas. Pero ahí estaba el piso una vez más, tan vivo como el fuego y tan fugaz como el futuro. Un futuro tan incierto pero tan mío.
Y tan mágico que llevaba tus ojos.
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