15 de mayo de 2016

Destierro


Abro los ojos y empieza todo otra vez. Un nuevo día, una nueva lucha interna que tengo que batallar sabiendo que no sé si voy a poder ganar. Me duele el pecho, no siento nada o tal vez sea todo lo contrario y siento todo. Toda la carga que llevo sobre mis hombros desde que tengo razón de ser.
Miro la foto que tengo en mi mesa de luz, esa que me recuerda lo feliz que fuí alguna vez, en la hamaca de un parque con siete años. Pienso que tal vez debería lograr el efecto contrario y recordárme que si un día fui feliz puedo volver a serlo. Pero eso no pasa, no tengo mi vida en mis manos, no me hago cargo de nada ni de nadie. Ni siquiera de mi. Ya no tengo la fuerza que tenía cuando ponía todo de mi para hamacarme lo más alto posible como en ese parque, no sé donde está ni que pasó con esa nena que creía que nada ni nadie iba a ganarle nunca.
Las lágrimas caen por mi cara y no sé bien por qué lloro pero lo hago. Ya perdí el control hasta de mis lagrimas y no sé si son de angustia, bronca o resignación. Me perdí tan profundo que no me encuentro, ojalá tuviese la oportunidad de empezar de nuevo, de enviarme de nuevo a esa hamaca en el parque, todo sería diferente y no estaría ahogándome en mi misma. Pero la tengo. Me doy cuenta que la tengo, cada mañana y cada día tengo esa nueva oportunidad. Una que claramente no aprovecho, no lucho para salir de esto ni puedo imaginarme haciéndolo y me niego a hacerlo.
Ya no quiero vivir con esto. No quiero pensarlo más porque se siente como un puñal clavado acá, justo en el pecho, un pecho tan vacío que duele el doble. Y me doy cuenta que estoy rota, por dentro y por fuera, pero que también soy dueña de cada una de esas piezas. Que la única que puede intentar arreglarme soy yo y es mi decisión. Mía y de nadie más.
Y pienso que será cuestión de sostener los fragmentos tal vez tan fuerte que me lastime las manos. De aguantar las lágrimas, de gritar de dolor y remendar las piezas. Será también cuestión de fe en que puedo hacerlo por mi y nadie más que por mi. Será cuestión de volver a ser feliz como en ese parque, de dejarlo todo y reconocer que pude (y que siempre puedo). De volver a sentir esa sensación de libertad como arriba de la hamaca y llegar tan alto como me sea posible por mis propios méritos. Será cuestión de mirarme al espejo y reconocerme, de saber que sigo estando ahí en algún lugar. De salir a sentir el viento en la cara quince años después pero con la misma sonrisa que tenía a los siete. Será cuestión de intentar y no dejarme ganar. Después de todo, eso también depende de mi. 

3 de febrero de 2016

A mi futuro


Hola, te escribo desde la computadora que te regalaron a los quince. Desde la pieza que vos misma pintaste como regalo de tu propio cumpleaños en la casa que te mudaste con tu familia cuando ni siquiera era una casa. Todo lo que te quiero decir viene de mi y todo lo que viene a mi mente tiene que ver con que solo espero que seas feliz, como siempre te lo propusiste.

Quiero que leas esto con la inocencia de siempre y con la vergüenza que te caracteriza. Con los ojos atentos a cada detalle como seguramente sigue siendo, en donde sea que estés tenes que saber que en este momento todo parte de un mismo deseo, que sos una caja llena de sueños a la que nadie (ni siquiera vos misma) se atrevió a abrir. Y espero con todas mis fuerzas que para cuando leas esto ya no sea así. Lo único que te pido ahora y sin que te sientas presionada, porque vos y yo sabemos que eso no te gusta, es que me leas. Es que te leas a vos misma. Después de todo contemplaste tantas palabras de tantos libros que no veo por qué no puedas leer las propias.

Decíme que terminaste de escribir ese libro y que por fin te dignaste a plantar ese árbol ¿Fue un nogal? ¿O uno que encontraste casualmente en un vivero y terminaste de decidirte por la forma de sus hojas?. Decíme que ya se te borró esa idea de la cabeza de no querer ser mamá, que miras a tus hijos a los ojos y te reís sola de solo haberlo pensado alguna vez. Decíme que nunca dejaste de ser vos a pesar de todo, que seguís caminando abajo de la lluvia en pleno invierno. Que por fin te aceptaste, con tus virtudes y defectos aunque sigas pensando que son mas defectos que virtudes. Decíme que seguiste bailando, que no tenes guardadas las zapatillas de puntas en un cajón como un sueño que nunca pudo ser. Que no te dejaste estar, que todavía dibujás a las personas sin que se den cuenta y seguís guardando cosas sin sentido bajo llave.

Decíme que por fin lograste que mamá te enseñe a coser, que ella está bien y que es muy feliz. Que seguís frecuentando los amigos de siempre, que nunca les fallaste y estuviste ahí para ellos. Que todos son felices. Decíme que por fin te dignaste a aceptar tu cuerpo, que ya no te callás nada aunque lo quieras con todas tus fuerzas. Que te enamoraste y te permitiste equivocarte sin ser tan cruel con vos misma. Que vivís de lo que amas o que al menos lo intentaste. Decíme que te decidiste a viajar y que de una vez aprendiste a sacar lindas fotos.

Decíme que te tenes más confianza, que dejaste atrás todo lo que alguna vez te hizo mal. Decíme que le agradeciste al que supo ocupar de todo corazón el lugar en tu vida como tu papá. Decíme que siempre priorizaste lo importante, que siempre estuviste ahí para tus hermanas como lo prometiste. Que nunca fuiste en contra de tus propias creencias. Decíme que dejaste de cortarte el pelo sola y ya no te mordes las uñas, que ya no dormís tanto y disfrutas más de las cosas cotidianas. Decíme que le perdiste el miedo al ridículo y te dignaste a hacer lo que siempre quisiste.

Decíme que sos muy feliz. Inmensamente feliz. Pero por sobre todas las cosas decíme que al leer esto seguís estando ahí. Por favor decíme que te reconocés. Porque créeme, confìá en mi, después de todo te lo estás diciendo vos misma. Créeme que, aunque pase el tiempo, no hay peor cosa que mirarse al espejo y no encontrarse.